(Gara/Ingo Niebel) El autor de este artículo analiza la nueva película dirigida por el director bilbaino Koldo Serra, «Gernika», que fue preestrenada ayer en la capital vizcaina. La cinta llegará a los cines de Euskal Herria mañana, y ya puede ser visionada en otros países europeos, como Alemania. Desde allí llegan estas líneas sobre el nuevo largometraje.
Ayer se preestrenaba en Bilbo el largometraje “Gernika” del director bilbaino Koldo Serra. Los responsables de turismo e inversión estarán contentos porque el filme se rodó en lares vascos, dejando cierta cantidad de dinero en la zona. Se alegrarán también los cientos de comparsas que verán conservadas sus caras en celuloide y DVD. Bien diferente lo verán los historiadores que han investigado el bombardeo del 26 de abril de 1937 que, según los productores, sirve como telón de fondo de una historia de amor y celos en tiempos de guerra.
He aquí el problema: este tipo de relaciones humanas no requieren que se les ubique en un lugar sobre el cual primero cayeron las bombas alemanas (y algunas italianas) y luego las mentiras por la autoría de la masacre que dejó un indeterminado número de muertos. El plot se podría haber realizado también en Alepo o en un pueblo kurdo. Tal vez, a Serra y sus guionistas Barney Cohen y Carlos Clavijo les habría venido mejor trasladarse hasta Oriente Próximo porque su anticomunismo –mejor dicho, rusofobia– habría encajado mejor en Siria que en el Bilbo de 1937.
Pero para financiar un filme de esta índole el nombre “Gernika” tira más como reconoce Serra en “Deia”, ya que «Gernika es una marca, el cuadro es conocido mundialmente, pero no saben la historia qué hay detrá́s». Ahí asegura que «lo mejor es que con las películas sobre historia aprendes mientras te entretienes».
Para ello, cada película tiene que medirse con “El hundimiento”, que fundado en estudios científicos sobre los últimos días de Hitler en su búnker, ha marcado pautas. Su éxito se debe a que el director Oliver Hirschgiebel respetó los hechos históricos y no los supeditó a su historia. Sin embargo, no pudo contar a fondo el pasado de sus caracteres, lo cual conlleva que algunos protagonistas de las SS salen mejor parados porque no se habla de sus atrocidades. Los académicos han de aceptar que un filme cuenta una historia con imágenes y actores y que no puede reproducir del todo la verdad histórica.
No obstante, la “Gernika” de Serra falla en lo esencial porque se ignora por completo el polifacético hecho diferencial vasco tanto en su idiosincrasia como también en lo histórico. La película se desarrolla en España; Bilbao y Guernica son ciudades españolas. El territorio vasco queda reducido a las “Vascongadas”, tal y como se puede apreciar en el recreado corte de propaganda al principio de la película. Lo vasco es folclórico, limitado a pocas frases chapurreadas por la censora Teresa (María Valverde), a una dantza, ikurriñas y gudaris. Cuando acompaña a su amor, el depresivo corresponsal de guerra estadounidense Henry (James D’Arcy), y otros periodistas a Gernika, se les habla de las libertades vascas, eso sí, pero no se menciona en absoluto que el 7 de octubre de 1936 se constituyó ahí el primer autogobierno vasco del siglo XX. Ni el católico lehendakari José Antonio Agirre (PNV) ni sus socios republicanos aparecen por ningún lado, porque según el guion en ese Bilbo mandaban exclusivamente los soviéticos. Estos son tan malos y omnipotentes que su policía secreta, la Checa, ha elegido a Gernika –sí, el casi eterno feudo jeltzale– para instalar su bien repleta cárcel secreta en la céntrica calle de Don Tello. Ahí el jefe de la censura, Vasyl (James Davenport), inicia la sesión de tortura de Teresa, que le ha rechazado, al son de la ópera “Tristán e Isolda” de Richard Wagner. Un tiro que a los guionistas les sale por la culata porque Hitler era el mayor fan de este compositor.
Los guionistas deciden que el pobre Henry ha de volverse casi loco para encontrar la «cárcel de la Checa», vigilada por cierto por milicianos «rojos». Ante este fondo, el bombardeo adquiere cierto aspecto de liberación porque sin la intervención de la Legión Cóndor el buen Henry lo habría tenido muy difícil para rescatar a su amor vasco de las garras rojas.
Otro malo es, cómo no, el teniente coronel Wolfram Barón von Richthofen (Joachim Paul Assböck), responsable del bombardeo. Quien haya estudiado la figura del aristócrata, militar e ingeniero sin escrúpulos se quedará sorprendido porque en el filme este personaje se articula en los diálogos más bien como un “sargento” que un oficial.
Dado que la Legión Cóndor siempre excusaba el ataque con la importancia del puente de Errenteria y del cruce de carreteras, es extraño que los guionistas lo presenten ahora como un regalo de cumpleaños del jefe de la aviación nazi, Hermann Göring, a Hitler. El “Führer” cumplió años el 20 de abril y el bombardeo se produjo seis días después. Además no hay documento alguno que sostiene esta especulación. Tampoco era un «día maravilloso» y tampoco sus aviadores ahorraron en munición; era por el mal tiempo que les evitó volar. Serra ignora también el concepto de la “guerra relámpago” y su evolución se nota en el respectivo discurso de su Richthofen. Penca también en otros detalles. El presidente alemán Roman Herzog (no el Gobierno) pidió disculpas a los supervivientes por el ataque (no por todos) en 1997 (no en 1999).
Es lamentable que la figura de Henry se base en el corresponsal de guerra inglés George L. Steer, al que alude al final por ser quien informó al mundo de la masacre. Serra lo convierte en un periodista quemado, alcohólico y mentiroso, una versión vertida por autores neofranquistas.
Quizás al alma bilbaina no le importará todo eso porque Serra da también protagonismo en esta película a una chapita del Athletic.
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